sábado, 31 de julio de 2010

Letras de Sangre: Shutter Island.


A menudo comparar un libro y una película suele ser tan cruel como injusto para alguna de las dos partes. No es habitual que la película salga mejor parada, desde luego, y lo normal es que para conseguirlo tenga que separarse un buen trecho del original literario, como en El Último Escalón, por poner un ejemplo.

Lo que sucede por norma, al contrario, es que al condensar toda la información que ofrece un libro en apenas un par de horas de película ésta termina siendo un reflejo sesgado e incompleto de su referente (El código DaVinci o la saga Millenium), o, más corriente aún, que acabe siendo un desastre que mezcle sin sentido la obra literaria, el guión pasado por seis manos y la visión ególatra del director. Y no voy a nombrar a El Resplandor que ya sé lo que me pasa.

Sin embargo, cuando vi en el cine Shutter Island, la película de Scorsese y DiCaprio, me gustó lo suficiente como para no conformarme con lo que de esta historia la cinta me ofrecía y quise averiguar toda vía más, profundizar en una trama que me pareció apasionante. Y, de paso, desentrañar ese final acelerado que puede resultar confuso o caótico.

Encontré Shutter Island, novela de Dennis Lehane, gracias al tirón de la película, cómo no, y hace poco terminé de leerla con la sorpresa de que Martin Scorsese ya me había mostrado prácticamente palabra por palabra, todo lo que encontré entre sus páginas.


No puedo afirmar que el libro sea mejor ni peor que la película porque mi ánimo no era el de comparar sino el de ampliar información, por lo tanto me queda un regusto amargo porque no he encontrado nada nuevo. Supongo que eso es un punto a favor de Scorsese, que ha sabido crear una adaptación no sólo fiel sino además en algunos puntos superior a esta espléndida novela.

Shutter Island, novela, es un intenso thriller psicológico que nos arrastra por la compleja y torturada mente del agente federal Teddy Daniels en la búsqueda de una peligrosa paciente mental huída de la institución, mitad hospital mitad presidio, que alberga la isla que da título a la obra, junto a las costas escarpadas y peligrosas de Boston.

Se trata de una novela que por momentos me ha parecido apasionante, en la que he encontrado interesantes recursos, especialmente a la hora de mostrar la camadería entre colegas y en el diálogo dinámico y muchas veces con doble sentido de los personajes. Shutter Island es una novela que se lee deprisa, que atrapa por su trama misteriosa e inquietante donde desde el principio seguimos junto al protagonista un camino dubitativo de pistas buenas y pistas falsas, donde hasta el final no sabremos cuánto de real y cuánto de ficción está sucediendo.


Los personajes, en especial el del agente Daniels están muy bien dibujados. El agente Chuck, sin ir más lejos, resulta mucho más interesante y fundamental que el interpretado por Mark Ruffallo en el cine y desde luego el doctor Cawley, aunque bordado por Ben Kingsley, presenta todavía más matices.

El Shutter Island de Dennis Lehane es una novela negra en el sentido más clásico, un émulo de las aventuras ideadas por Hammett o Chandler pero absorvido por un velo de goticismo, de Terror, que deriva del magnífico enclave en el que se sitúa. La istitución mental y toda la isla que la rodea es de por sí el entorno perfecto para una novela donde el misterio comienza en la primera página y termina más allá del punto y final.

Es sin embargo, o así la encontré yo, tal vez demasiado ligera, tal vez un poco folletín. Tiene acción, emoción y suspense pero todo un tanto por encima, como demasiado superficial. Shutter Island es, no obstante, una gran lectura entretenida e interesante tanto si has visto la película como si no, muy recomendable para los aficionados al género negro.

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lunes, 26 de julio de 2010

Letras de Sangre: Aquella Biblioteca.


Aquí dejo un pequeño artículo que he publicado en http://yaizanews.com/ con motivo de la presentación de la nueva biblioteca que esperamos hacer crecer en Playa Blanca (Lanzarote).



Aquella Biblioteca.


El mapa de todos los tesoros, la llave de todos los secretos, está en una biblioteca.

El primer recuerdo que tengo de una biblioteca no es probablemente de la primera biblioteca en la que estuve. La que recuerdo no es una biblioteca de colegio, ni una estantería en el salón de mis padres, no, la biblioteca que recuerdo era una cueva mágica, más mágica que la de Alí Babá y sus cuarenta ladrones.

Y digo una cueva porque era un sótano, y digo mágica porque contenía tantos tesoros, todos los tesoros del universo, todos los cuentos, misterios e historias que alguna vez alguien había contado. Cómo podía ser que yo no la hubiera encontrado antes.

Siempre había habido libros en mi casa, pero eran “libros de padres”, eran lomos de color y olor a viejo que completaban los muebles, casi ocultos detrás de los portarretratos, estorbando para limpiar el polvo. En el cole nos hacían leer pero, uf, a mi no me apetecía leer porque alguien me lo impusiera, leer así era aburrido. A mi me gustaban los tebeos, mortadelos y zipizapes que mi madre me compraba cuando me portaba bien al visitar al médico. Tendría unos ocho o nueve años.

Nos cambiamos de ciudad y en la nueva encontré, entre paseos en bicicleta en busca de un helado en aquel verano que recuerdo tan caluroso, un edificio gris, feo y rocoso como un bloque gigante de granito, en mitad del parque donde jugaba a esquivar árboles o a dejarme las rodillas contra ellos, según la pericia al manillar que tuviera cada día. Se llamaba Casa de Cultura. Y no sé por qué me dio por entrar.

Había un salón de actos, un teatro enorme, el más grande que jamás había visto, teniendo en cuenta que no había visto ninguno antes, creo yo, pero estaba vacío. Un letrero de color, no sé, puede que amarillo, indicaba que abajo, más allá de la escalera que se perdía tras un rellano en ele, estaba la Biblioteca. ¿Una biblioteca en un sótano? Bajé. Y empujé sus puertas dobles. Y una señora de gafas apenas levantó la vista para mirarme y señalar un cartel pegado a la columna: “En la Biblioteca guarde silencio”.

¡Uau, un lugar dónde no se podía hablar! Sólo leer, hojear, buscar, investigar, elegir entre miles de libros, ¿miles? ¡Millones! ¡No cabía ni uno más! Había tintines y Astérix a montones, había libros más finos y con dibujos, otros más serios pero cuyos títulos me recordaban con fuerza a películas y series de la tele. Tarzanes, islas con tesoro, mosqueteros, viajeros a la luna y hasta al centro de la tierra. Había un rincón de detectives, con sombrero raro y pipa, y también encontré aventuras en países de los que ni conocía el nombre, descubrí monstruos marinos y submarinos, terrestres y voladores.

Había mucho, tanto, que supe enseguida que se necesitaría mucho tiempo para leer todo aquello, y me pregunté si alguna vez alguien lo habría hecho. Supuse que no, claro, que era imposible, pero sin embargo había gente intentándolo. Había muchas mesas como las de mi cole y la mayoría ocupadas. Había hasta niños de mi edad, aunque aún no los conocía porque no había empezado el colegio.

Aquel lugar era increíble, y era todo para mí, para mí cualquier día de la semana, a cualquier hora, gratis y por todo el tiempo que quisiera mientras lo devolviera después en buen estado. ¡Y sólo tenía que sacarme un carné!

Al día siguiente regresé con las fotos y mis datos apuntados en un pedazo de papel que le entregué a la señora de gafas. Recuerdo mis nervios, porque fui solo. Lo primero que firmé en mi vida, fue el carné de la biblioteca.

Casi ha pasado un cuarto de siglo, y no concibo un lugar sin biblioteca. Sin ese espacio para sentarse a escribir, a leer, a hacer los deberes, a compartir los apuntes. Sin ese rincón donde encontrar enciclopedias, diccionarios de todos los idiomas, mapas de todas partes. Sin el testimonio de la historia, de las biografías de personas de las que aprender. No concibo un lugar sin libros al alcance de todos.

Tal vez por haber pasado tanto tiempo entrando y saliendo de una u otra biblioteca, hojeando, tomando y devolviendo libros de cinco en cinco, daba por sentado que era algo a lo que todos, niños y niñas, mayores y pequeños, estudiantes o jubilados, teníamos derecho.

Un pueblo nace y crece por su cultura, y tenemos la suerte de poder guardar la cultura en los libros. Pongamos la cultura en las manos de la gente de Playa Blanca.


Miguel Aguerralde, maestro y escritor.


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lunes, 12 de julio de 2010

Letras de Sangre: Zombi: Guía de Supervivencia, de Max Brooks.


Bien, para empezar esto no es un libro. No lo compréis pensando que váis a leer una novela porque no es así. Zombi: Guía de Supervivencia Zombie es una grandísima sarta de gilipolleces, ordenadas y explicadas a modo de guía o manual de qué hacer en un caso real, con el mismo interés que el libro de instrucciones de un mueble de Ikea.

La cantidad tan apabullante de palabrería, de hipótesis, de chorradas que tenemos que aguantar en Zombi: Guía de Supervivencia es descorazonadora. Es un ¿todavía hay más? ¿De verdad hay tantas posibles armas? ¿De verdad hay tantos sitios donde esconderse? ¿De verdad me quieres enseñar a preparar mi casa y equipar la despensa por si nos atacan los zombies? ¿Paso a paso?



Lo compré en la pasada Feria del Libro sabiendo que era una chorrada pero al menos esperaba leer una chorrada divertida, o si no, que asustara, joder, que entretuviera! Pero nada, páginas y más páginas de estupideces reiterativas y aburridas que me hacen plantearme dónde queda el progreso de la humanidad si este libro se ha vendido como rosquillas y Max Brooks ha recorrido su país dando conferencias multitudinarias ¡para explicar esto!

En fin, no lo leáis, vamos, no lo compréis. Yo en la página 110 ya he empezado a darle para adelante, y al ver que seguía igual... bueno, ahí se queda. Hay quien no deja un libro hasta que lo termina, por malo que sea. ¡Yo no puedo! ¡Con todo lo que tengo por leer y por hacer no le voy a dedicar un segundo a esta pérdida de tiempo!

Eso sí, de Zombi: Guía de Supervivencia me ha calado lo de que en caso de un ataque lo primero que hay que hacer es llenar la bañera para no pasar sed si cortaran el agua. Interesante.

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jueves, 8 de julio de 2010

BookTrailer de 'Claro de Luna', de Miguel Aguerralde

Lleva tiempo intentando preparar un tráiler para alguna de mis novelas, es algo que ya está a la orden del día y que no sólo sirve como anticipo a lo que encontraremos en las páginas de un libro sino que además, desde el punto de vista publicitario, permite a las novelas competir en igualdad con videojuegos y películas cuyos videos promocionales deambulan por la red con más fuerza que cualquier imagen o póster.

Intenté una chapucilla para Claro de Luna, pero oye, el que no tiene don para los ordenadores, pues no lo tiene. Entonces un amigo, un pedazo de genio como es el escritor Carlos Sisí -si no has leído Los Caminantes no eres persona-, al que conocí a través de la asociación de escritores de terror NOCTE, me propuso echarme una mano.

El resultado es, sencillamente, espectacular, y no creo que Carlos entienda nunca lo importante que es para mí el favor que me a hecho.

Así, pleno de agradecimiento, os presento el Libro-Tráiler de mi 'Claro de Luna'. Espero que os guste:


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domingo, 4 de julio de 2010

Presentación de 'Noctámbulo', de Miguel Aguerralde.


Miguel Aguerralde ofrece su versión del mito del vampiro en su segunda novela, Noctámbulo.

La obra se presenta el lunes 5 en El Corte Inglés de Las Palmas.

El volumen ha visto la luz en la colección Tid de Ediciones Idea.

La sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria acoge el próximo lunes, 5 de julio, a las 20:00 horas, la presentación de la nueva novela de Miguel Aguerralde: Noctámbulo, que reinventa el mito del vampiro a través de «la historia más hermosa que pudiera escribir…», según el autor, que estará acompañado, en este acto, por la también escritora Marisol Llano Azcárate. La obra ha visto la luz en la colección Tid, de Ediciones Idea.


¿Quién detiene a un asesino al que no se puede detener?


¿Quién mata a un enemigo que ya está muerto?


¿Cómo dar caza a un cazador?


¿Quién es Sable?


Noctámbulo.



Miguel Aguerralde ofrece, en Noctámbulo, una versión personal y actual del mito del vampiro, un personaje que el autor siente «a flor de piel» y con el que se identifica plenamente, por su «sentimiento de disconformidad» con lo que le rodea. Pero a este propósito del autor de reinventar un mito, se une otro: el de construir una novela negra, «un policiaco en toda regla, con detectives, con malvados, con misterio e intriga. Quería víctimas y quería asesinos, y qué mejor asesino que un vampiro. Y qué cuento de vampiros no es a su vez una tragedia romántica terrible…», explica con gran entusiasmo. Así, su novela da respuesta a preguntas como las siguientes: «¿Quién detiene a un asesino al que no se puede detener? ¿Quién mata a un enemigo que ya está muerto? ¿Cómo dar caza a un cazador?».


Noctámbulo narra la historia de Sable, un misterioso asesino, que llega a una ciudad nublada por la corrupción y por el desencanto, para liquidar a todos los integrantes de una trama mafiosa. La forense Paula Montero participa en la investigación analizando los cadáveres que, amanecer tras amanecer, llegan a la morgue, y trata de encontrar una explicación a por qué aparecen sin una gota de sangre, por qué esos rictus de terror, así como qué significan las marcas del cuello que irremediablemente recuerdan a una broma macabra sobre vampiros. Pero, no sólo de mafiosos se nutre ese asesino bromista, la morgue comienza a albergar también cuerpos de víctimas anónimas, muertes sin relación aparente que presentan los mismos detalles.

Hace muchos años que Paula Montero y su hermano Javier no tienen noticias de Diego, su viejo amigo de la infancia. Eso resulta particularmente doloroso para Paula, que siente por él una atracción especial.



Hoy Paula es forense criminalista en Las Palmas y está enfrascada en uno de los casos más complicados de su reputada carrera: las víctimas aparecen brutalmente asesinadas en las condiciones más insólitas y sin una gota de sangre en sus cuerpos.



Ahora Diego aparece de nuevo en su vida. Pero ahora Diego es un asesino a sueldo. Y ahora Diego está muerto.



Esta es la historia de Sable, el Noctámbulo.



Sin duda, Miguel Aguerralde ha logrado traspasar, a las páginas de su nueva novela, el cariño que siente por sus personajes, para dar vida a una historia amena, que sienta sus bases en «la libertad de cada uno para girar tantas veces como aguante la tuerca de un mito universal». El suyo, su mito, su vampiro «trabaja como asesino a sueldo porque, igual que cualquier habitante de este mundo, necesita dinero. Trabaja para una agencia que no conoce, utiliza la red para conocer sus objetivos y cobra un sueldo de muchas cifras que le permite mantener un buen alquiler, vestirse, desplazarse, adquirir la tecnología a su alcance, tener aficiones, viajar, disfrutar la eternidad a la que le han condenado. Además, su propio trabajo le recompensa por alimentarse, qué más puede desear un vampiro», afirma.

En cuanto a los escritores que han influenciado la escritura de Noctámbulo, Miguel Aguerralde evoca Lestat, el vampiro, de Anne Rice (segunda parte de Entrevista con el vampiro): «No me gustó nada, lo reconozco; pero me abrió los ojos a unos personajes que sólo había visto en películas, de los que sólo había oído en las típicas historias para niños. Me sirvió para interesarme por el vampiro en la literatura». Tiempo después, leyó Drácula, y «disfruté con la revisión moderna que del mito hace Stephen King en El Misterio de Salem's Lot, una de mis novelas de cabecera, junto con Soy Leyenda, de Richard Matheson».

Trayectoria


Miguel Aguerralde Movellán nació en Madrid a finales de los setenta, pero siendo aún muy pequeño su familia se estableció en Las Palmas de Gran Canaria. Ha compaginado una infinidad de ocupaciones con su vocación de escritor. En la actualidad se dedica a la docencia, colabora como redactor para la web www.cinecutre.com y dirige el blog de cine y literatura de terror www.desdeelsotano.es. Hasta el momento han visto la luz dos de sus novelas: Claro de Luna y Noctámbulo, ambas en Ediciones Idea.


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jueves, 1 de julio de 2010

Microrrelato Z: Unas gotitas de curiosidad.


Dani era todavía muy pequeño, pero lo bastante mayor para saber lo que había visto. Aquel tampoco había sido su primer funeral, antes de enterrar a mamá habían tenido que despedir a papá tres años atrás, así que ya sabía lo que era normal en un entierro y lo que no. Y lo que acababa de ver, sencillamente, no lo era.

Estaban de pie junto a la entrada del cementerio, tenía de la mano a su hermanita, Claudia, mientras esperaban que tío Andrés terminase de despedir a los invitados. Desde allí había visto a una extraña mujer acercarse, primero, y arrodillarse, después, junto a la tumba de su madre. Era una vieja encorvada, llevaba un pañuelo azul entorno a la cabeza y en la mano un objeto de cristal que titilaba bajo la luz mortecina del atardecer. Se inclinó sobre la tierra todavía fresca y empezó a mover el objeto por encima de ella como si dejara caer gotitas de perfume. De repente pareció sentir la mirada del niño desde la entrada y se giró hacia él, le miró con su único ojo, no es que tuviera un parche o una prótesis de cristal, no, es que su cuenca izquierda estaba completamente vacía. A Dani, por algún motivo, aquella mujer le resultaba tremendamente familiar, como si la hubiese visto antes. Cuando el niño empezó a temblar la vieja le sonrió con los tres dientes amarillos que le quedaban y acto seguido se alejó de la tumba escabulléndose entre los árboles y las lápidas.

Dani era todavía muy pequeño, pero estaba seguro de lo que había visto. Mientras tío Andrés seguía hablando con unos adultos, tiró de la mano de su hermana y empezaron a subir la colina hacia donde yacía su madre. La huella de la mano de la anciana todavía se distinguía sobre el montículo de tierra que se había formado al cubrir la tumba. También se notaban ciertas motitas húmedas, gotas del líquido que la vieja había derramado y que empezaban a filtrarse rápidamente. Dani no entendía qué significaba aquel ritual y Claudia sólo miraba aquella humedad secarse sin saber por qué su hermano la había llevado hasta allí. Pero entonces la tierra empezó a temblar, a moverse. Algo se estremecía dentro de la tumba. Los niños se acercaron un poco más, las piedritas de lo alto del montículo parecían danzar como si bajo ellas zumbara un enjambre de abejas. Dani acercó los dedos para tocarlas cuando súbitamente una mano azulada y fría surgió de la tierra y se aferró a su muñeca. Aquellos dedos muertos se le clavaban en la carne como unas tenazas de acero. La tierra sobre la tumba comenzó a abrirse. Lentamente, muy despacio, de aquella profundidad brotaron docenas de gusanos y lombrices, jirones de pelo, astillas de madera quebrada, pedazos de un vestido azul desgarrado por el empuje de unos músculos inertes, una peste a carne rancia que arrugó la nariz de los niños, petrificados por el horror. La segunda mano agarró el pelo de Claudia, la cabeza deforme surgió de la tumba como una exhalación e incrustó sus mandíbulas en el cráneo de la niña.

Entre los gritos histéricos de su hermana, el niño escuchó otra voz a su espalda, era la voz de la vieja.

-Alégrate, Dani. Mamá ha vuelto.

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